miércoles, 27 de octubre de 2010

Paranoia

Había pasado más de año del robo, su casa se había convertido en una fortaleza casi inexpugnable, casi, porque para el siempre había algo más que se podía mejorar. El sentimiento de vulnerabilidad no desapareció en todo ese tiempo, se transformó en una obsesión que no le permitía ausentarse más tiempo del estrictamente necesario de su casa, revisaba tres veces antes de salir a trabajar que todos los candados estuvieran puestos, que las cerraduras tuvieran tantas vueltas como lo permitieran y si por el hubiera sido cada mañana afilaría las pequeñas navajas del alambre que rodeaba la casa o sacaría más punta a los remates en forma de Flor de Lis de la puerta del estacionamiento y la entrada principal.

Las cosas habían llegado muy lejos sin que a el le pareciera así, comenzó llevando debajo del tapete de su asiento del auto, una navaja retráctil con empuñadura plástica y una hoja de acero de escasos 10 centímetros, cuando llegaba a su casa por la noche recorría el perímetro del jardín y el interior mismo de la casa en busca de algún ladrón. Una vez que se aseguraba que nada raro había sucedido guardaba la navaja en una caja sobre el escritorio de su habitación.

Unos meses después encontró, en una tienda de artículos de caza, un cuchillo que bien podría servir para desollar a un oso con la facilidad con la que, rastrillo en mano, uno se desprende de la hirsuta barba de dos días; el cuchillo era completamente negro, empuñadura de caucho estriado para mejor agarre, hoja de 25 centímetros, acero inoxidable, forjado y pintado mediante un proceso que prácticamente garantizaba que el usuario pudiera cavar una mina en piedra y esta no se despostillaría, afilada mediante laser a tal grado que podría afilar una sequoia hasta convertirla en un palillo y no perdería ni el 10% de su filo(eso le dijo el dependiente) Fascinado, lo compró y realizó pequeñas modificaciones a su asiento del carro para que no se notara simple vista pero fuera sencillo sacarlo.

Sin embargo aún persistía el riesgo de tener que acercarse a su atacante, y finalmente en una lucha cuerpo a cuerpo cabe la posibilidad de que el otro sea más hábil. Así que un sábado se internó por los pasillos de Tepito y volvió a casa con una pistola eléctrica taser, con alcance de 4.5 metros y de un solo cartucho pero recargable, que si bien no es ilegal en México tampoco es algo que uno ande cargando por la vida, habría comprado la Taser X3 (con posibilidad de disparar haste 3 cables consecutivos) si no fuera tan voluminosa. Ya no le parecía extraño llevar su cuchillo en una funda para antebrazo mientras estaba en casa, la seguridad seguía siendo insuficiente y su paranoia aumentaba, pero bueno, que tenía de malo haber cambiado la puerta del baño por una de seguridad, haber instalado una caja fuerte detras del espejoy llevar todas las noches su “arsenal” un colchon inflable, cobijas y dos celulares para dormir ahí.

Instaló un sistema de alarma de nivel casi bancario, las puertas exteriores tienen doble cerradura de seguridad con barriles de acero, los sensores de luz y movimiento hacen palidecer a los hoteles de Las Vegas si algo mayor a un gato se acerca demasiado a la casa; su logro más reciente fue conseguir una Magnum 45, balas expansivas recubiertas de teflón, apuntador laser y luz de LED ultra brillante, que guarda en un compartimento recubierto al interior con cerámica (para no sonar con los detectores de metales) en el piso del auto.


Sigue haciendo su rondín al llegar a casa y mientras está en la seguridad de su hogar “solo” porta una ligerisima Beretta PX4 Storm Sub-Compact y ultimamente ahora habla de si mismo en tercera persona, pero como bien dice el -nunca sobra un poco de seguridad- por ahora está ahorrando para un nuevo accesorio, lo vió en una película y le gustó...